Era Frida, la mexicana, la otra Frida, cuya vida se había convertido en un verdadero martirio por culpa de dos hombres que marcarían su existencia: Diego y un perfecto desconocido, esa imagen sin rostro, sin ser antropóloga, me enseñaría los límites de la barbarie del más evolucionado de los animales: el hombre.
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